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El mar y sus abismos

  • Marisol Bohorquez Godoy
  • 24 sept 2017
  • 1 Min. de lectura

Condenada a perder todas las batallas,

elegí ser mar en lugar de roca;

ser impulsada por el viento, sin temor a sucumbir

ante el oscuro vértigo de los acantilados;

porque después de la caída

sé de la fuerza con la que se levantan

mis enfurecidas olas

y de los remolinos que forman.

Sé de la suave espuma que resulta después de un estallido

-labios sedientos que se desvanecen al besar tus costas-

No evitaré mi sal, capaz de corroer los imponentes barcos;

ni evitaré la desembocadura de aguas dulces

que me traen noticias de otros mundos.

Contendré en mi vientre criaturas nobles, bestias feroces

y seré testigo de los amores que se abrazan con el vaivén

de mi música.

Sepultaré cadáveres y sueños,

pero valdrá la pena este infinito de contradicciones

porque sé que me hallarás un día.

Pedirás luz a las estrellas

para navegarme en las noches

y valiente como Ulises

enfrentar todas las tormentas

para conducirme a la orilla

donde mi cuerpo cristalino

sobre cálidas arenas encienda su danza;

tus pies se abracen a efímeras caricias

con el deseo de contenerme

o de regresar a mis aguas,

porque un marinero en tierra

es un hombre que ha perdido la vida.


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